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Ebrard, callejón sin salida


Entropista / Daniel Gershenson / 5 noviembre, 2011

Tuvimos oportunidad de aprovechar estas valiosas lecciones de civilidad y sensatez sostenible, pero pudo más la ambición de corto plazo y una recóndita idiotez por parte de gobiernos y empresarios a la hora de asumir el papel central que debería tener el Medio Ambiente en cualquier discusión de nuestro futuro. El fallido experimento se tornó en ghettos en movimiento (como los bautizó mi buen amigo y excelente tuitero, Jorge Serbal).

A Marcelo Ebrard, político tan sagaz como inescrupuloso, lo atraparon los mitos del automóvil y el desarrollo inmobiliario sin freno que tanto daño le hizo a otras megaciudades que hoy día demuelen sus carreteras elevadas.

También el beneficio personal a expensas del de los demás. Es como si quisiera revivir las cambiantes fortunas de Robert Moses , zar del transporte en Nueva York: un hombre ambicioso que quiso colocar un horrendp expressway en el corazón mismo de Manhattan hasta que la firme y organizada oposición de grupos vecinales encabezados por la activista y escritora Jane Jacobs frustró sus planes, y acabó prácticamente con su carrera política.

Al embustero alcalde verde le tienen sin cuidado el Medio Ambiente. Su discurso es políticamete correcto y lo proyecta como posible candidato a la presidencia, pero nada más. Los Árboles que son Patrimonio de todas y todos no marchan, ni pagan: no votan..

La ciudad es un cementerio de especies mutiladas y muertas, sin que las autoridades hayan hecho nada para detener la catástrofe. Antes bien, la alientan y promueven con sus proyectos insensatos.

México, DF. Pesadilla vial, en vivo y a todo color
Ebrard perdió la oportunidad de hacer por las Áreas Verdes, lo que permitió que pasara con los derechos sociales y de salud durante su gestión al frente de los destinos de esta gran metrópoli. Un compromiso así de radical hubiese afectado intereses que facilitan en él la ilusión de que puede llegar a la grande.

La enclenque maquinaria ebradista se atascó, desde el remoto 1993. Su destino es inseparable de la de su entonces jefe y mentor Manuel Camacho. Un chapulín político que se rehusó a acatar las reglas del juego sucesorio cuando Luis Donaldo Colosio fue elegido por Carlos Salinas para sucederlo. Hizo un berrinche mayúsculo: pensó que sería el candidato ideal y favorecido, pero tampoco abandonó las filas del tricolor.

A destiempo y después de robarle reflectores a Colosio como negociador del gobierno ante el EZLN, después de su asesinato y la elevación de Ernesto Zedillo como candidato oficial y presidente, Camacho y su equipo decidieron consolidar una opción política distinta: el Partido del Centro Democrático, cuyos retazos fagocitan la ‘democracia de izquierda’ que dice arropar al que fungió como alter ego del exregente de la Ciudad de México.

Si el dedo salinista hubiera escogido a Camacho; si hubiese él ocupado la Presidencia en 1994, tal vez Ebrard habría sonado para ser titular del Ejecutivo … pero para el año 2000,.

El jefe de gobierno llega 12 años tarde a la estación. (Santiago Creel, para citar otro ejemplo, sólo tiene seis años de retraso). Su tren ya se fue desde hace mucho, pero él espera que arribe otro igual. Para colmo, también lo hace con valijas prestadas.

Si bien le va y sabe jugar sus fichas, será cuando mucho el líder de la bancada perredista en el Senado (a menos que el exPRIísta, exCentroDemócrata, exVerdeEcologista busque acomodo con Elba Esther Gordillo en el PANAL. Todo es posible, ella le debe muchos favores al equipo del concertador Camacho). Logrará ubicar a su gente: fósiles, cartuchos quemados e inservibles como los camachistas prestados Héctor Hernández Llamas, Francisco Ríos Zertuche o fardos propios como José Ávila y la compañera de viaje Martha Delgado (la peor Secretaria del Medio Ambiente de la que se tenga memoria, que es mucho decir), en alguna nómina legislativa.

Ebrard se escudará en el fuero para escurrir deudas éticas descomunales: Tláhuac,
News Divine, el ninguneo a los vecinos de La Malinche directamente afectados por sus delirios viales anacrónicos pero personalmente redituables: Supervía y Segundo Piso, o su olímpico desprecio a las recomendaciones de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal.

Soñará con el Premio Mayor (para el que, dice, se ha preparado durante treinta años), del brazo de su propia Gaviota hasta el 2018. (A él y a Enrique Peña le dedicó su penúltima columna, el fallecido Maestro Miguel Ángel Granados Chapa).

Entonces habrán pasado dieciocho años después de su única e imaginaria oportunidad.

Y llegará el día en que los que heredamos su visión esperpéntica de esta gran ciudad que se merece un mejor destino, superemos su ebrardización desquiciada y evidenciemos sus complicidades.

No quiso el secretario general del PRI capitalino durante 1989 y 90: en plena era salinista -de entraña autoritaria y clientelar- que se estableciera un régimen de Acciones Colectivas en el DF, en 2009. Sabía que su implantación hubiera hecho de la Ciudad de México (muy a pesar de políticos deshonestos y empresarios sin escrúpulos), un enclave verdaderamente horizontal y democrático. Tarde o temprano, las tendremos: no la actual y vergonzosa versión federal que constituye un retroceso para grupos vulnerables. Sí, la fórmula para salir con éxito de este actual cul-de-sac.

Uno que es, sin duda alguna, de la entera autoría del ecocida Marcelo Ebrard.

La sensación de aparente seguridad que entraña estar encerrado en un auto, pisando el acelerador a toda velocidad: de preferencia en un remedo de autobahn sin tráfico de por medio, fue lo suficientemente avasalladora como para que en los años treinta, cuarenta y cincuenta se volviera La Realidad. Ciudades enteras tuvieron que modificarse, para acomodar esta utopía anidada en las mentes de una población –masculina, blanca y mayoritariamente anglosajona- que exigía llegar a algún lado. El que fuera. Así nació el nuevo Destino Manifiesto: la Geografía hacia ningún lado.

A la conquista del camino, circa 1951
El esquema se fue modificando, no sin trompicones. Las urbes se volvieron inmanejables: cotos de poder y entornos acolmenados. La demanda de servicios rebasó toda expectativa. Se siguieron construyendo vías rápidas: freeways, causeways, thruways, viaductos elevados que se saturaban sin remedio y coagulaban el tráfico sin capilaridad. El apretujamiento sólo producía nuevos proyectos constructivos que sirvieron para consolidar carreras políticas y complicidades empresariales.

Aridez. Carreteras del Apocalipsis
Surgieron las fantasías distópicas de Los Ángeles y otras ciudades que le apostaban a un modelo de transporte individualizado en espiral, combustible barato y la posibilidad de poblar las zonas aledañas, con centros habitacio-comerciales que harían la vida del mundo muchísimo más llevadera. Fantasía como la de Futurama en la Feria Mundial de Nueva York 1939:

Sin pensar para nada en las consecuencias, o el sueño de su razón y sus monstruos.

Surgieron más comunidades dormitorio, infinidad de búnkers exclusivos y enclaves de miseria. La tentación de construir mastodontes viales era imparable.

Hay una vastísima literatura académica que describe el arco que comprende el inicio de la insensata fijación cochecéntrica, y su conclusión ante la posibilidad de pérdidas ecológicas irreparables, junto con la degradación del tejido social. Sobre todo, en ciudades como México donde la planeación es nula.

Esta historia se ha venido resolviendo a favor del transporte público y la movilidad alterna: dos soluciones que nos devuelven a las ciudades con barrios, parques, jardines y un rostro humano. Hoy día se demuelen estas monstruosidades.

Pero no aquí. No, ahora.

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